Salgamos a votar


Dr. Henning Jensen Pennington, Rector UCR
buzon.rectoria@ucr.ac.cr
Publicado: 2014-02-12

 

 

"La elección de nuestros gobernantes parece a ratos carecer de interés inmediato, pero lo cierto es que tiene consecuencias directas sobre toda la colectividad".

A ratos, la elección de nuestros gobernantes parece carecer de interés inmediato, pero ciertamente tiene consecuencias directas sobre toda la colectividad.

Los costarricenses “vamos buscando a tientas la democracia que queremos vivir”, decía Eugenio Rodríguez Vega, ex rector de la Universidad de Costa Rica; hoy esas palabras suyas son hoy tan actuales como hace cincuenta años.

La sociedad costarricense tiene grandes virtudes; una de ellas es extraordinaria, aunque de ella no gocen todos los pueblos del mundo: hemos sabido zanjar nuestras diferencias mediante argumentos, no por medio de las armas. Sin embargo, junto a esa y muchas otras virtudes, existen problemas no resueltos por el Estado y más bien se han tornado más agudos, por sus consecuencias negativas sobre la vida de las personas.

Por ejemplo: una creciente desigualdad social agobia a la colectividad; no hemos avanzado en un sistema tributario progresivo, garante de justicia y equidad (algo que en muchos países sería natural); enfrentamos obstáculos en la creación de empleo y esto vuelve muy estrecho el horizonte de esperanza de nuestra juventud; la inversión en infraestructura, necesaria para dinamizar la economía y mejorar la relación entre las personas y su entorno urbano, se ha postergado por décadas; la calidad de las instituciones de educación pública, primaria y secundaria, está sumida en una crisis, cuyo fin no visualizamos a corto plazo, pese al innegable aumento de la inversión estatal en este campo, y tampoco hemos logrado conciliar los requerimientos de desarrollo con la legítima vocación de proteger y preservar nuestra diversidad biológica. A todo esto se suma el clamor por un mayor respeto por la diversidad de género, étnica, sexual y cultural.

La responsabilidad de las fisuras de nuestra democracia se distribuye, de manera diferenciada, entre la población costarricense. No debemos esconder que algunas personas y grupos cargan con mayor responsabilidad que otros por los desvaríos y errores de nuestra sociedad. No obstante, el futuro le incumbe a cada habitante de este país, de manera que todos debemos comprometernos con su buen desarrollo y asumir el fortalecimiento de la democracia, como una tarea que nos involucra día tras día.

Hoy, trece partidos políticos aspiran a la Presidencia de la República y un número mayor postula a candidatos provinciales para las diputaciones, en un verdadero arcoiris de posiciones ideológicas. Esto es expresión de nuestra diversidad.

A la luz de este escenario, la referencia a la apatía política pierde sentido. Más bien existe una explosión de participación ciudadana, llevada a cabo en otros circuitos de interrelación social, no necesariamente en el seno de los partidos.

A ratos, la elección de nuestros gobernantes parece carecer de interés inmediato, pero ciertamente sus consecuencias sobre toda la colectividad son directas.

No es un simple giro del lenguaje decir que el voto es sagrado; verdaderamente es un derecho y lograrlo tomó mucho tiempo.Pensemos que el voto femenino se instauró en Costa Rica hace apenas 65 años, después de largas y arduas luchas.

Entonces, salgamos a votar este dos de febrero, con la conciencia de que así definimos una parte de nuestro destino colectivo y a la vez renovamos el aprecio por quienes, durante siglos, lucharon por que el sufragio fuera una práctica libre y universal.

La elección de nuestros gobernantes parece a ratos carecer de interés inmediato, pero lo cierto es que tiene consecuencias directas sobre toda la colectividad.

Los costarricenses “vamos buscando a tientas la democracia que queremos vivir”, decía Eugenio Rodríguez Vega, ex rector de la Universidad de Costa Rica. Sus palabras son hoy tan actuales como hace cincuenta años.

La sociedad costarricense tiene grandes virtudes. Una de ellas es extraordinaria, de la cual no gozan todos los pueblos del mundo: hemos sabido zanjar nuestras diferencias mediante argumentos, no por medio de las armas. Pero junto a esa y muchas otras virtudes, existen problemas que el Estado no ha resuelto y más bien se han agudizado, con las negativas consecuencias que ello tiene sobre la vida de las personas.

Por ejemplo: tenemos una creciente desigualdad social que agobia a la  colectividad; no hemos avanzado en un sistema tributario progresivo que garantice justicia y equidad (algo que en muchos países sería natural); enfrentamos obstáculos en la creación de empleo, lo cual vuelve muy estrecho el horizonte de esperanza de nuestra juventud; la inversión en infraestructura, necesaria para dinamizar la economía y mejorar la relación entre las personas y su entorno urbano, ha sido postergada por décadas; la calidad de las instituciones de educación pública, primaria y secundaria, está sumida en una crisis cuyo fin no visualizamos a corto plazo, a pesar del innegable aumento de la inversión estatal en este campo; no hemos logrado conciliar los requerimientos de desarrollo con la legítima vocación de proteger y preservar nuestra diversidad biológica, a todo lo cual se suma el clamor por un mayor respeto por la diversidad de género, étnica, sexual y cultural.

La responsabilidad de las fisuras de nuestra democracia se encuentra distribuida de manera diferenciada entre la población costarricense. No debemos esconder que hay personas y grupos que cargan con mayor responsabilidad que otros en los desvaríos y errores de nuestra sociedad. No obstante, su futuro le incumbe a cada persona que habita este país, de manera que debemos comprometernos con su buen desarrollo y asumir el fortalecimiento de la democracia como una tarea que nos involucra día tras día.

Hoy trece partidos políticos aspiran a la presidencia de la República y, un número mayor, postula candidatos provinciales para diputaciones, con un verdadero arcoiris de posiciones ideológicas. Esto es expresión de nuestra diversidad.

A la luz de este escenario, la referencia a la apatía política pierde sentido. Existe más bien una explosión de la participación ciudadana, la cual se lleva a cabo en otros circuitos de interrelación social, no necesariamente en el seno de los partidos.

La elección de nuestros gobernantes parece a ratos carecer de interés inmediato, pero lo cierto es que tiene consecuencias directas sobre toda la colectividad.

No es un simple giro del lenguaje decir que el voto es sagrado. La verdad es que es un derecho que tomó mucho tiempo lograrlo. Pensemos que el voto femenino se instauró en Costa Rica hace apenas 65 años, después de largas y arduas luchas.

Salgamos entonces a votar este dos de febrero, con conciencia de que así definimos una parte de nuestro destino colectivo, a la vez que renovamos el aprecio por quienes, durante siglos, lucharon porque el sufragio fuera una práctica libre y universal.

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